Nuestro modo de narración habitual es visual e inmersivo, mostramos la ruta y dejamos que cada visitante se imagine la historia. La ascensión nocturna al Peyreget con esquís de travesía es diferente por muchos motivos.

La mayor parte de las crónicas de ascensiones que leemos o redactamos están basadas en el éxito. Tiene lógica, habitualmente escribimos reseñas sobre aquello que ha salido bien y que por consiguiente, puede ser útil para quien lo lee posteriormente.

¿Y qué hay de nuestras equivocaciones? Las mayores lecciones de vida normalmente las obtenemos tras aprender de los errores cometidos o después de superar situaciones complicadas.

Incluso existen casos en los que partes con un objetivo concreto y por el camino descubres una realidad, una experiencia que hace que olvides por completo el motivo de tu partida… hasta el punto de dar gracias por el desacierto. Cuando algo así sucede, la narración se vuelve imprescindible.

Ésta es una de esas ocasiones.

¿Nocturna al Peyreget?

Jueves 21 de marzo, 22:30 aproximadamente.

Una cena más, como cualquier día entre semana mientras hablamos de cómo nos ha ido la jornada. Pura rutina, nada destacable hasta que algo llama nuestra atención: en la calle se aprecia más claridad de lo habitual. Efectivamente, se trata de la superluna en su estado de máxima plenitud (que no de luminosidad).

El cerebro empieza a divagar… una decena de ideas peregrinas hacen su aparición estelar, ocultas entre bambalinas esperando al momento oportuno. Sin tener nada claro en la cabeza, sin tantear el terreno, sin buscar siquiera una mirada cómplice, verbalizo:

-¿Y si mañana después del trabajo, preparamos los trastos, cenamos y nos vamos a grabar una ruta nocturna a Pirineos?

Alea jacta est. No hay vuelta atrás, una vez dicho en alto, hay que dar forma a la idea, elegir un objetivo y plantear la planificación para despejar todo tipo de dudas.

Elección del destino

mapa gps peyreget

Debemos escoger un lugar que conozcamos bien y que no presente demasiados obstáculos para la navegación. Por supuesto, el lugar elegido debe tener una vía fácil de escape y una carretera transitada cerca. Si cuenta con un aparcamiento, mucho mejor. Las probabilidades de poder contar con ayuda si las cosas se tuercen, aumentarán considerablemente.

Tenemos un par de candidatos, ahora toca buscar reseñas recientes. Rastreamos en la red, imágenes de las webcams de los alrededores, nivología, previsiones meteorológicas y voilà: el premio gordo va hacia Portalet.

Las opciones se reducen a una sola: Peyreget. Por una sencilla razón: contemplar el amanecer lo más cerca posible del Midi d’Ossau.

Todo está listo: fecha, hora de salida para coincidir con la mayor luminosidad, tiempo estimado, valoración de riesgos, la meteo y sus variables… Terminamos de completar el listado de material y equipamiento.

Tan sólo falta ampliar el equipo humano. Barajamos varias posibilidades y realizamos alguna llamada, pero sabemos que hay dos personas que no querrán perdérselo. Dos personas que siempre están ahí, para lo bueno, para lo malo, y cómo no, para apuntarse a un bombardeo: Mi madre y mi padre.

Ascensión nocturna

Viernes 22 de marzo. Después de la jornada nos disponemos a comprobar el material y preparar el petate. Un último vistazo a la electrónica, el estado de las baterías, soportes, repuestos, pilas de sobra. Test de iluminación de las frontales y de la potente linterna de buceo como foco auxiliar.

Suena el timbre. Estamos el equipo al completo. Repasamos los mapas, un último vistazo a la previsión del tiempo y a las imágenes recientes del lugar y a cenar, que la noche de hoy es larga.

Cargamos los bártulos en el coche y partimos hacia la frontera del Portalet. Según llegamos al aparcamiento, abrimos el maletero y comenzamos a organizar el material con el mayor sigilo posible.

Poco antes de las 4 de la mañana levamos anclas rumbo al Peyreget.

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Los sentidos se agudizan

La primera impresión es extraña, no nos vamos a engañar. El silencio es absoluto, roto ocasionalmente en la lejanía por algún tipo de animal que no supimos identificar. La noche es clara, de una luminosidad suficiente como para prescindir de la linterna frontal una vez adaptada la vista.

El manto de nieve refleja la luz de la luna llena y se distinguen todos y cada uno de los montes de la zona. Es más, las huellas trazadas por montañeros y esquiadores son visibles a muchos metros de distancia.

Los sentidos se agudizan. Cada vez que deslizo el esquí puedo escuchar cómo el canto rasga la nieve helada y cómo los cristales de hielo desprendidos de la superficie caen ladera abajo. Puedo sentir que cada vez que empujo el patín hacia abajo y cargo mi peso para lograr la mejor tracción posible, la placa resuena con un sonido grave y seco. Sin embargo apenas hundo el esquí.

Avanzamos por parejas, adaptando la trazada según el material que llevamos bajo los pies. Quienes portan raquetas optan por líneas más directas, los esquiadores buscamos progresiones más fluidas.

La comunicación visual es constante y los intercomunicadores permanecen encendidos y en silencio. No hay necesidad de alterar la calma natural del valle.

Aproximación helada hacia el collado

En las inmediaciones de la base del Peyreget nos reagrupamos para avanzar en fila india. Toca flanqueo y es preferible mantenernos en la misma línea de subida, más si cabe, teniendo en cuenta las posibles placas debidas al rehielo de madrugada.

Atravesamos la ladera sur del Peyreget y nos disponemos a bordear la elevación que da paso al Col D’Ilheou. Tomo como referencia una huella de bajada que corta el promontorio con un interesante ángulo de descenso. A medida que cambiamos la orientación y la brújula se endereza, el canto del esquí pierde aplomo. No ha sido buena idea abandonar la huella principal para ganar unos pocos metros durante el ladeo.

Miro hacia atrás y veo que soy el único componente del equipo que ha tomado la decisión incorrecta. Debo corregir el rumbo hacia la huella que he abandonado hace escasos minutos, perdiendo altitud como penitencia mientras trato a duras penas de mantener el canto en su sitio.

 

Dividimos el grupo

Alcanzamos el collado.  Aprovechamos para reponer algo de energía mientras compartimos impresiones y decidimos los pasos a seguir.

Aún no ha amanecido por el horizonte, aunque bajo la línea somital se comienza a apreciar alguna tonalidad azulada. La noche no parece tan cerrada en la lejanía, hacia el este.

Dividimos el equipo, la mitad se queda en el collado por decisión propia para disfrutar de los últimos minutos de luna llena. Maravilladas con la experiencia, prefieren no perder detalle y apreciar toda la variedad cromática del amanecer desde una posición un poco más elevada, fuera del alcance de la alargada sombra del Peyreget.

La otra mitad decidimos continuar.

Hacia el primer hombro

Desde el collado, una canal herbosa desprovista de nieve se alza en línea recta hacia el hombro. El resto de la ladera está completamente helada, no merece la pena cargar con los esquís y raquetas. Abandonamos el material sobrante y entramos de cara a la pendiente.

Los primeros metros se me antojan incómodos, debido principalmente al volumen y rigidez de las botas de travesía, a pesar del alto grado de flexión de la caña. Los bastones juegan un papel importante, ayudando en todo momento a mantener la vertical en la pendiente herbosa.

Ganamos metros con bastante facilidad, salimos al hombro y comienza a aflorar la roca entre tramos carentes de nieve y placas heladas. Mal asunto, el camino marcado y las huellas en la nieve conducen hacia las rocas.

Tenemos dos posibilidades, podemos afrontar el tramo de trepada hacia la arista para evitar la nieve helada o bien nos colocamos los crampones y buscamos una alternativa.

La primera placa de nieve nos saca de dudas: dura como el mármol. No habíamos llegado a las rocas y teníamos que ponernos los crampones para seguir avanzando. Queda descartada por lo tanto, la trepada por roca.

La ladera sur del Peyreget

Colocamos los crampones y propinamos la primera patada a la ladera: las puntas entran hasta el chasis. La mordida del crampón es contundente. La placa que al golpe de bota parece dura como el mármol, claudica ante la rotunda negociación del acero.

La pisada es de una firmeza absoluta, aunque la posición del pie respecto a la pendiente deja numerosas puntas al aire, no hay retroceso alguno. Surcamos la placa en una diagonal ascendente y cortamos nuevamente hacia el otro lado buscando un acceso a la vertiente sur del Peyreget.

Hace rato que las primeras luces iluminan el entorno y la claridad existente permite apreciar el estado real de la parte alta de la vertiente sur. Se trata de una pala de nieve sin interrupciones hasta donde alcanza la vista y a pesar del rehielo, se ve factible.

Durante los primeros metros avanzamos sobre una línea de descenso, trazada por alguna tabla en días pasados. La dureza de la ladera es equiparable a la ascendida anteriormente, así que optamos por un recorrido más directo. Acortamos considerablemente las zetas y acometemos las mayores pendientes de frente.

¡Menudo regalo nos ha hecho el Peyreget! Disfrutamos de lo lindo: la pala está en las mejores condiciones posibles y la progresión es buena en un ambiente realmente alpino.

Amanecer de altura

Salimos a la cresta por encima del segundo hombro, a pocos metros de la cima.

Asistimos maravillados al impacto directo de los primeros rayos de sol sobre las puntas del Petit Pic y el Midi d’Ossau. No hay tiempo que perder, el sol está saliendo y en cuestión de un par de minutos asomará tras las cumbres con fuerza.

La cresta está demasiado pelada como para avanzar con la rapidez que pretendemos. Encontramos la solución en la cara norte, cuya parte alta también permanece nevada bajo la arista y se eleva nuevamente hasta la cúspide. Curiosamente, la nieve está ligeramente transformada en este tramo.

El primer tercio del sol ya está a la vista y el reloj sigue corriendo. Apretamos el paso y alcanzamos la cima del Peyreget antes de que el sol haya salido completamente.

El espectáculo es inigualable. Las sombras comienzan a disiparse a medida que el astro rey se impone por encima de las cumbres. La luna, que orgullosamente ha ejercido de faro durante nuestra ascensión, cede el testigo oficialmente a quien por horario le corresponde mientras somos testigos de ello. La sonrisa que permanece inconscientemente dibujada sobre nuestros rostros confirma la certeza: no puede haber mayor privilegio para un efímero caminante.

Comunicamos nuestra situación por radio, y comenzamos el descenso. A estas alturas llevamos más de 24 horas sin dormir y tenemos mucho camino por recorrer.

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Comenzamos el descenso

La radiación solar hace su trabajo y nuestros huesos comienzan a calentarse. Somos conscientes de que el sol aún no ha llegado al collado y que por lo tanto la temperatura allí debe mantenerse en valores negativos. Por no hablar de la sensación térmica que se puede llegar a sentir en un paso natural para el viento como un collado o sus inmediaciones.

Pasamos rápidamente por el tramo norte bajo la arista y entramos en la vertiente sur del Peyreget. La ladera permanece helada y hay tramos que brillan bajo el sol. Dibujamos la ruta de descenso evitando las zonas visiblemente cristalizadas.

En la parte inferior del tramo sur, aprovechamos la huella existente en busca de una mayor superficie de contacto. Ganamos velocidad.

Localizamos la primera rampa que conecta las dos vertientes, decenas de metros por debajo. Desde nuestra perspectiva localizamos una elevación en una posición inferior, un pequeño espolón rocoso que viene desde la zona del hombro, cuya base no alcanzamos a ver debido al cambio de inclinación de la ladera. Podemos observar que bajo el mismo, asoma una lengua de nieve que parece dirigirse hacia nuestro destino. Tenemos la certeza que su base descansa sobre el hombro y si la transición por la lengua es posible, podremos evitar el incómodo tramo mixto de la subida.

Conectamos con el hombro

Amparados por la seguridad que otorgan los crampones y con el piolet, accedemos a la pendiente buscando la base del risco. Según perdemos altitud comenzamos a vislumbrar el pie de la primera columna de roca y la conexión con la lengua de nieve que se intuía desde arriba.

Aprovechamos el pequeño pasillo helado que surca el hombro para descender sin quitarnos los crampones. El collado aparece ante nuestros ojos, únicamente nos separan unas decenas de metros de desnivel que recorremos sin mayores complicaciones. Regresamos junto a nuestras compañeras.

Peyreget S bajada

Transición al esquí

Nos tomamos nuestro tiempo para picar y beber algo al abrigo del calor mañanero y nos preparamos para el descenso. Recogemos las pieles, puestas a secar durante el abastecimiento y anclamos el piolet a la mochila.

Ajustamos las fijaciones y las botas para la bajada mientras el equipo provisto de raquetas hace lo propio. El itinerario es el mismo que el de subida, las condiciones de la nieve son buenas y no hay peligro de aludes.

Establecemos un punto de control por si se diera el caso de no cruzarnos con nadie durante la subida, de lo contrario, hasta el aparcamiento del tirón.

Nos deslizamos por la primera pendiente. La nieve aún está helada y los cantos de mis esquís de travesía trabajan a fondo para mantener la trayectoria. Las vibraciones de las tablas a cada giro son considerables y mi técnica de descenso tiene mucho margen para la mejora, así que moderación, es preferible adoptar una postura más conservadora.

Me detengo en el punto fijado y espero a mi compañera. Su técnica está a años luz y sus esquís tienen un perfil más orientado al «freeride». Siento verdadera envidia cuando presencio tanta armonía en los movimientos. Ni un solo gesto fuera de lugar, ausencia de posturas forzadas, sin vibraciones…conducción, estabilidad, mucho «flow» y una sonrisa de oreja a oreja.

Peyreget Skimo

Fluir en un continuo disfrute

Reanudamos la marcha. A la distancia divisamos al primer montañero del día y en el aparcamiento casi no caben más vehículos. Va a haber mucha gente en el monte, así que tal y como hemos establecido en el collado, continuaremos hasta el coche.

Atravesamos el ladeo obligatorio por la base del Peyreget intentando perder el mínimo de altura. Cada metro de desnivel cuenta para el disfrute que supone el encadenamiento de giros, así que aprovechamos cualquier oportunidad por pequeña que sea.

Descendemos a la altura del primer montañero e intercambiamos el saludo de cortesía de un modo un tanto fugaz… por su expresión, me ha dado la sensación de que no esperaba ver a nadie por el camino.

Una vez situados bajo la subida al Refugio de Pombie, las últimas palas de descenso se hacen querer. Esta zona carece de un manto continuo uniforme, afloran calvas y alguna que otra roca, no obstante, la visibilidad es buena y los obstáculos se pueden anticipar con tiempo suficiente.

En el cuarto de hora largo que tardamos desde el collado hasta el puente de acceso, únicamente hemos topado con tres personas. Alzamos la vista hacia el Peyreget y vemos dos puntos que descienden pegados, surcando la base. Todo está en orden.

Un agradable encuentro

Tenemos tiempo de sobra para cambiarnos de ropa, preparar el material y cargarlo todo en el coche, antes de que mis progenitores desciendan.

Pisamos la pista de acceso al aparcamiento cuando los primeros grupos numerosos comienzan su jornada. Charlamos con algunos de ellos. Es fácil intuir la deriva de las conversaciones, cuando a las ocho y media de la mañana te encuentras con una pareja que está de vuelta. También hay que decir que el hecho de portar una cámara de 360º fijada a una pértiga, facilita la tarea de la interacción social. Da gusto compartir esos momentos de camaradería y buen humor entre gente de montaña.

En el aparcamiento, como no podía ser de otra manera, la escena se repite. Casualmente, nuestro buen amigo (y compañero en varias grabaciones) Arkaitz está por la zona participando en un cursillo impartido por Xabi, de Guías K2, con el que seguro grabaremos algún itinerario. No han tardado en dar con nosotros.

Un nuevo paradigma

Al rato volvemos a estar el equipo al completo, así que sin perder demasiado tiempo, cargamos los trastos y nos alejamos del aparcamiento a desayunar como es debido.

Llegamos a casa entrada la tarde. Me toca el trabajo técnico: voy a comprobar las imágenes. Sabía de antemano que en las condiciones en las que realizamos la ascensión, la posibilidad de que la grabación saliera bien era infinitesimal. Sin embargo, era algo que aún no había testado. A poco conocimiento que se tenga de fotografía, es fácil entender las múltiples razones por las que no podía ser.

Razonamiento teórico confirmado y ruta nocturna al Peyreget en 360º descartada, por lo menos, con el procedimiento estándar. Aun así no ha habido pena alguna por la grabación fallida. Durante el trayecto de vuelta apenas hemos mencionado la grabación, ha quedado relegada a un segundo plano.

Las sensaciones que hemos vivido durante la ascensión nocturna han eclipsado todo lo demás y las conversaciones giran en torno a ellas. Nos acurrucamos en los brazos de Morfeo tras una jornada de más de 30 horas.

Sentidos y sensaciones

Puede que nuestra intención inicial fuera mostrar un imposible itinerario nocturno, pero cometiendo el error de intentarlo hemos descubierto un nuevo paradigma.

La noche aporta al Peyreget una sensación de aislamiento y soledad que hace que nuestros sentidos se disparen. El ambiente cambia de tal modo que el sonido mismo se vuelve diferente.

La luna llena nos atrapa y transporta a su entorno, reduciendo el espectro de colores visibles a unos pocos tonos pardos y blancos grisáceos. Cada movimiento se siente amplificado, cada vibración magnificada.

Se trata de una experiencia sensorial que se completa cuando amanece sobre la cumbre. La potente luz del sol hace retornar el nivel de percepción de los sentidos a parámetros normales, mientras carga de fuerza vastas extensiones de tierra a nuestro alrededor.

En cierto modo, nos recuerda lo efímero e intrascendente de nuestra existencia. Ante esta realidad, solo cabe sonreír y dar las gracias al Peyreget por habernos dado la oportunidad de ser partícipes.

Si en la siguiente ocasión se dan las condiciones adecuadas, nos trasladaremos a otra atalaya en busca de las mismas sensaciones que hemos experimentado. O quién sabe qué nuevas percepciones aguardan en las mágicas noches de la superluna.